Sesión con Erika, 34 años, de estatura media y con un precioso pelo. Amiga de un sumiso de hace tiempo. Me comenta que por medio de él ha sabido de mi blog, que le ha parecido interesante y que le gusta-ría conocerme. Tiene experiencia en la sumisión, pero no quiere tener una sesión fuerte conmigo. Y como había visto que en el Facebook había publicado una sesión en un Burger, le gustaría hacerlo ahí porque allí ella se siente más segura, ya que está en un lugar neutral. Lo cual me extrañó porque está casada y siempre sería más discreto mi doungeon que en un local público. Por discreción también no he podido poner fotos de ella, a pesar de mi insistencia de que si no se la veía nada no se la reconocería. Pero me dijo que sí que quería aparecer en las sombras.
Llama al timbre y aparece por la puerta. Ella venía vestida de calle, y yo también vestí casual cazadora cuero, camiseta blanca, pantalones vaqueros y botas. Hacía muy buen día, pero le presté mi pañuelo rojo. “Y esto para que”. “No te preocupes, póntelo en el cuello, te favorece y más te va a favorecer después” y la guiño un ojo. Me da lo que habíamos acordado en un precioso sobre rojo y nos ponemos en marcha hacia el Burger.
Una vez llegados allí elegimos lo que queríamos tomar, se fue adelantar a pedir, y la dije “Yo voy a pedir lo que te vayas a meter por esa boquita”. No fue muy llamativo porque se lo dije mirándola a los ojos, pero con tono dominante. Pedimos, y cuando nos traen la comida le doy a ella las bandejas “Ahora esto si llévalo tú”. Una vez que llegamos a la mesa la dije, “Te he traído esto” y puse encima de la mesa un collar negro. Cuando quieras que empiece la sesión te lo pongo, pero no empezaremos a comer hasta que no te hayas puesto el collar. Empezamos hablar sobre lo humano y lo divino, principalmente sobre nuestras experiencias BDSM, terminamos las bebidas y ella bajó a por más.
Subía las escaleras con una cara cambiada, tenía una mirada más felina aún. Se sienta, me dice “Cuan-do quieras dóminus, me has dado la suficiente confianza como para poner mi voluntad en tus manos”. Mi adrenalina recorrió mi columna vertebral e hizo que aflorase en mí una sonrisa. Cogí el collar, me levanté, y se lo puse. ¡Quedaba mucho más sensual! Aun así, por discreción la dije “Si quieres puedes ponerte el pañuelo, para que solamente tú y yo sepamos que eres mía”. Y efectivamente se puso el pañuelo con mucho estilo. Cogí una de sus hamburguesas, la abrí y la puse en el suelo. Con mi bota la pisé suavemente, ella no dejaba de mirar la bota y la hamburguesa, con cara de deseo y satisfacción. “Ahora cógela, ya podemos comenzar a comer”. Ella se levantó, y se puso de rodillas delante de mía, cogió la hamburguesa y se volvió a sentar en su sitio. Con una discreción, elegancia y sumisión, a cada cual mayor. Los dos estábamos disfrutando de la experiencia.
Como gesto sencillo de sumisión, yo la echaba ketchup en las hamburguesas. En las patatas volvimos a repetir el mismo “ritual que en la hamburguesa”. Pero en la segunda hamburguesa la dije que solo iba a morder cuando yo se lo dijese. Desde luego fue muy sensual, yo estaba controlando la comida de Erika. Cuando le faltaba la mitad de la hamburguesa, me levanté y me puse al lado de ella. Con la intención de partirle trozos, y dárselos con mi mano. Ella masticaba, pero se veía que estaba disfrutando más con las sensaciones que con la comida. Eso es que íbamos bien. Al segundo bocado, saca su lengua y acaricia mi dedo con ella, y así lo hicimos hasta terminar esa hamburguesa a un ritmo lento. Me volví a levantar, y claro se tuvo que levantar ella para ponerme yo, y… “Erika y eso… tienes el asiento mojado, ¿se te ha caído agua?” yo sabía perfectamente que no se debía a eso. Ella se puso roja, supongo que sabía que estaba excitada pero no se había dado cuenta de ese pequeño detalle. “Lo siento señor, sé que soy una guarra, pero es que… mientras que usted no me veía… me he estado tocando y… lo siento señor, imagino que debía haberle pedido permiso”. Yo estaba alucinando, aquella mujer se había masturbado delante de mí, moviendo solamente los dedos y sin mover el brazo. La pedí que me lo mostrases para cerciorarme de que había sido realmente así. “Desde luego, tendré que castigarte”.
La dije que si conocía algunos de los que estaban en el Burger, eran como otras cuatro mesas. No cono-cía a nadie de allí. Asique la dije que se bajase el escote, y que preguntase mesa por mesa, si querían que les rellenase los vasos o que les fuese a tirar algo. El reto no tuvo mucho éxito. En una mesa estaban una parejita homosexual, que sonrieron y pasaron del tema. En la otra había un señor con un periódico que estaba enfrascado en su periódico, y supongo que se pensaría hasta que era parte de los camareros del local. Y en la tercera mesa, había unos cuatro chavales de unos 20 años. No se veía desde el ángulo donde estábamos sentados, asique tuve que levantarme. Los chavales igualmente no la pidieron nada, pero ella al darse la vuelta uno se estaba tocando el paquete. Yo le hice un gesto con el dedo en mi ojo, en plan te estoy viendo y se quitó la mano, mientras estaban riéndose y hablando por lo bajo. “Ven aquí gatita. Felicidades lo has intentado, aunque no haya salido bien. ¿Tienes sed?”, “si dominus”, “pues da-me el vaso que ahora te traeré yo la bebida y ni se te ocurra coquetear con esos chavales”.
Bajé las escaleras, me fui al baño y enjuagué su vaso con agua. Me bajé la cremallera y oriné dentro del vaso. Me miré al espejo y me sonreí. Todo estaba siendo perfecto yo estaba más que satisfecho y ella estaba disfrutando. Cogí una tapa de plástico y una pajita y se lo puse en su vaso. Subiendo la escalera, y la pillé ojeando el móvil. Me senté y la dije, “no, no, no, ¿habíamos acordado que nada de móviles no?”, “si, pero es que estaba tan emocionada que se lo estaba contando a una amiga sumisa”, “pues eso lo dejas de postre, a no ser que de postre prefieras que los tres chavales y yo te follemos encima de esta mesa”, la dije poniéndola mi bota entre sus piernas y moviéndola de adelante atrás. Ella se puso colora-da, y me dijo “¿no serás capaz no?”, “entiendo que es que te gustaría eso, pero tu uno de los límites que me pusiste es que querías seguir siendo fiel a tu marido y no tener penetración. Y yo siempre, siempre respeto los límites”. Ella tragó saliva, y “gracias Señor”. La puse de castigo el tener mi bota encima de sus zapatos. “Te he traído esta bebida especial, espero que te guste”. De nuevo ella con cara de circunstancias, se que ella sabía lo que era, porque no me lo puso como límite. Lo arrimó a sus labios, pero no se atrevía a beber. Yo la dije “Adelante”. Ví como ascendía mi orín por la pajita hasta la boca de ella, y de nuevo saltó una cara de perplejidad, pero me soltó “ah pues esta bueno, yo no lo había probado nunca”, “claro es que es receta especial”. Seguimos hablando, y sobre todo ella esperando a que yo terminase de comer. Mientras no la quitaba ojo de encima y la iba proponiendo juegos sencillos. “Lo terminé! ¡y quiero más!”. Vaya pues si te ha gustado, pues ahora bajas conmigo, coge tu bolso para que no te lo roben o algo, y me vas hacer una foto mientras te relleno el vaso”. Bajamos, y los empleados nos miraron con una cara de “a donde vais que no se puede tener sexo en los baños”, supongo que en estos sitios hay cámaras de seguridad y algo nos habrían visto hacer. Metemos el código para entrar al baño y procedemos a rellenar el vaso y hacer las fotos.
Una vez arriba me pregunta, “dominus Jaime, me gustaría hacerle una pregunta si me deja”, “claro”, “me ha extrañado que no se empalmase cuando orinaba, ya que supongo que estará usted excitado”. Y la respondí lo que suelo decir en alguna ocasión, que, a mí, las prácticas BDSM es raro que me produzcan erecciones, que es un disfrute diferente, desde el interior, que para mí el aspecto genital pasa a un segundo grado, y solo se acciona sí sé que va a servir para algo (felaciones o penetraciones). Le pareció normal y me dijo que eso era señal de que era un buen Amo, que ella con el que estuvo casi una década le pasaba igual.
Terminamos de comer. Voy hacia ella y le quito el collar, diciéndole después “ha terminado la sesión”, a lo que me contesta, “lo echaré de menos, es muy placentero tener el collar en mi cuello”, “es donde debe de estar en alguien como tú”. Fuimos caminando por Madrid, hablando sobre la sesión. Nos dimos un abrazo esta vez fraternal. Y después nos estuvimos intercambiando varios wasaps, donde ella me volvía a decir que estaba agradecida por la sesión y que gracias por haberla tratado tan bien. Que estaba deseando encontrar un hueco para una segunda, aunque lo tiene difícil por su marido.
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Para las fotos como para este relato he pedido permiso a la persona que participa en él. Nunca publico nada sin el consentimiento de los que participan en las sesiones. Los datos están modificados para que la persona permanezca en el anonimato, por eso mismo tampoco muestro las caras.
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