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domingo, 24 de mayo de 2020

Relato de X, primera sesión (2/2)




“¿Sabes qué es esto?”, me dijo entonces sujetando para que lo viera de cerca lo que parecía un collar, con un mando a distancia. Lo cierto es que lo imaginaba, aunque no estaba muy seguro. Sin saberlo, descubriría algo que jamás pensé que querría experimentar. En contacto con la piel, y al presionar el botón del mando, aquel artilugio producía una descarga eléctrica, similar a un pellizco, fuerte. Imaginé – casi temí, que se colocaba en el cuello para castigar al esclavo o sumiso en caso de desobediencia, y aunque no me imaginaba en aquellas circunstancias desobedeciendo nada de lo que pudiera ordenarme, entendí también que el castigo del Amo no tenía que estar necesariamente justificado. Supe entonces, y no me equivocaba, que recibiría más de un pellizco de aquellos. Con otro artilugio similar, alargado, con dos cables al descubierto que al tocarse producían un sonoro chispazo, consiguió que los nervios y el miedo al dolor relajaran por un momento mi polla, completamente en guardia y babeando durante toda la sesión, para colocarme un cepo de castidad. Acercaba los cables a mi glande, como si fuera a provocar la descarga en él, y empecé a temblar, respirando cada vez más fuerte, preparándome para sentir la descarga, como queriendo hacer lo posible por amortiguar el resultado. Cuando por fin el miedo se encargó de relajar mi erección, después de contar hacia atrás desde 10  y en inglés (“Sabes algo de inglés”, me preguntó en voz baja, “Ay, si Usted supiera…”, pensé yo, contestando tímidamente que sí) , me puso el cepo y cerró el candado dejándome sin posibilidad de seguir empalmado. Mi polla no era lo importante, en absoluto; hay cosas mucho más importantes de las que ocuparse. Por ejemplo, la suya.

Creo que tardé un buen rato en verla, no recuerdo bien en qué momento lo hice, pero recuerdo desear metérmela en la boca. No como algo sexual, sino como una forma más de querer ofrecerle algo de mí, y sentirle además un poco más dentro, no solo mentalmente, sino también a nivel físico. La olí primero, empecé a lamerla después, dando gracias con cada beso que le daba por permitirme vivir aquel momento. “¿Arcadas? Eso se puede ejercitar”. Ni siquiera mi escasa resistencia a notar su polla en mi garganta parecía incomodarle o enfadarle. Al revés, parecía cada vez más encantado de saber más cosas, de ir descubriendo más y más detalles. Seguía explorando, experimentando, y yo cada vez notaba más libertad para actuar con naturalidad. “¿Qué te gustaría hacer ahora?”. No me atrevía a contestarle. Siempre me ha costado verbalizar mis deseos, y en aquella situación no tenía ningún sentido, pero me pudo la vergüenza. Había mil cosas en mi cabeza y no me salía ninguna. Empezó a apretarme los huevos con la mano y acercaba amenazante los cables eléctricos para hacer que hablara. Aún así, tardé en poder decir lo único que se me ocurría y podía decir en voz alta: que quería lamer todo su cuerpo. No mentía, de hecho. Realmente quería ser capaz yo de explorar su cuerpo de pies a cabeza, adorarle como se merecía por haber creado un entorno tan perfecto para mí.

Empezó a quitarse la ropa con la advertencia previa de “no te esperes un cuerpazo musculado… esperate el cuerpo de un hombre”, mientras dejaba al descubierto su torso, perfecto, masculino, proporcionado. Luego le ayudé a quitarse las botas, tirando fuerte de ellas, y el pantalón. Él pensará que lo digo por agradar, pero me fascina su cuerpo, su pecho, el tamaño de su polla, sus dientes, el pelo en sus piernas… Durante un rato miro y vuelvo a mirar buscando el fallo, algún defecto notable. Nada. Es el Amo perfecto, y además está hecho a medida. Me gusta su olor. En ese momento huele un poco a sudor, un olor intenso pero que no es desagradable. Al menos no me lo parece. Al contrario, lamo con ganas brazos y sobacos. Parece gustarle, y eso aún me hace esforzarme más. ¿Podría ir mejor? Sí. Aún queda lo mejor.

De todas las partes de su cuerpo, una llama mi atención especialmente desde el principio, y me encuentro por fin viviendo en primera persona uno de los sueños que más veces he recreado en mi cabeza.  Agarro sus pies con las manos y puedo por fin pasar mi lengua por ellos. Estoy lamiendo sus pies, la planta, sus dedos, saboreo cada centímetro de ellos y siento una inmensa felicidad al hacerlo. Por primera vez no siento ninguna vergüenza al hacerlo, y reconocer abiertamente que lo estoy disfrutando, que me hace feliz sentir sus pies sobre mí, y que esa hermosa forma de humillación crea un vínculo que, lejos de hacer que me sienta degradado o menospreciado, me coloca en un lugar privilegiado. Entiendo entonces que debo trabajar en ello, porque es algo que nunca he conseguido desarrollar de forma natural, la capacidad de arrodillarme, de asumir mi posición, colocarme en una situación de humillación o sumisión activa sin sentir vergüenza o querer esconder la cabeza bajo tierra.

Y así, tumbado boca arriba con las piernas cruzadas, descansa ante mí desnudo, y me permite disfrutar cada centímetro de su cuerpo a placer. Lamo sus pies de nuevo, sus piernas, polla, huevos, culo, pecho, pezones, sobacos, cuello, boca… lamo sin descanso y no me cabe en el pecho ni en el rabo todo el agradecimiento que siento. Y le pregunto entonces, si hay algo que Él haría en ese momento, algo que no haya hecho y que le gustaría hacerme. Quiero romper el miedo que pueda sentir a ir deprisa o a romper algún límite, si es que lo tiene. Sé que es capaz de ir muy lejos, que le avala una experiencia de muchos años, pero también que es extremadamente cuidadoso, que valora cada detalle, y que lo más probable es que prefiera una relación duradera en el tiempo que una intensa que termine en trauma. De todas formas no quiero que se censure, aspiro a que poco a poco mi cuerpo y mente puedan pertenecerle de una forma genuina, duradera y coherente. De pie sobre mí, con mis manos a la espalda, le oigo decir que le gustaría follarme la mente, mearme… No puedo hacer otra cosa que sonreir, ante lo que presiento es solo el principio de un largo camino que voy a disfrutar, y en el que voy a aprender mucho.

“Venga, adentro”. La puerta de la jaula abierta era una vez más una invitación a meterme de lleno en otra de mis mayores fantasías desde hace años. Sentado en su interior, desnudo, con un collar de cuero al cuello, y mirando, extasiado, como el Amo cierra el candado que hará imposible que salga de ahí hasta que a Él le parezca. Compruebo que es sólida, agarro los barrotes, realmente no podría salir de allí aunque quisiera. Bromea con la idea de no dejarme salir más de allí… “ojalá”, pienso yo. Utiliza entonces unas esposas para atarme a los barrotes en un lateral de la jaula. Como nota mental, pienso que algún día le pediré que me las espose a la espalda, por detrás de los barrotes de la parte trasera. La jaula dispara mi imaginación, y se me vienen mil posibilidades para el futuro. Le veo entonces junto a la jaula, agarrándose la polla con una mano. Me ordena que coloque las manos debajo. Sigue sacudiendo mientras agarro y acaricio sus huevos. Sigue adelante y miro de cerca la punta de su polla deseando ver como se corre. Pienso en mil cosas, en que no quiero que esa tarde termine, y en como desearía que terminara corriéndose en mi boca. Por algún motivo solo puede pensar en tragarme su corrida, y no me quito esa idea de la cabeza hasta que finalmente, termina corriéndose, dejando caer parte de su lefa sobre mi mano y brazo. Lo único que quería era acercar la cabeza para llegar a limpiarlo con la boca. Sin embargo, no me había dicho que lo hiciera, ni se había corrido cerca de mi cara o boca, por lo que pensé que probablemente no quería que lo hiciera. Me pareció que sería faltarle al respeto, y me aguanté las ganas. Su mano agarró entonces mi polla, que yo no podía coger porque seguía esposado. 

¿Y qué ocurriría después? Sabía que estaba a punto de correrme. Estaba esposado, dentro de una jaula, con un collar, en la habitación de un total desconocido. ¿Qué pasaría después del orgasmo? ¿Qué sentiría? ¿Querría salir corriendo? Disfruté de los momentos previos al orgasmo con el miedo de que todo se desvaneciera después de correrme, que de repente volviese la vergüenza y el miedo, que sintiese ganas de salir corriendo de nuevo y no volviera a verle más. Disfruté esos segundos con el miedo de que fueran los últimos, y sentí el estallido intenso de mi semen recorriendo la uretra como el colofón perfecto a dos de las mejores horas que podía recordar en años. 

Mientras el Amo se preocupaba de limpiarnos con cuidado, de quitarme las esposas, y sacarme de la jaula sin hacerme daño, yo evaluaba mentalmente el resultado de todo aquello. Me sentía un poco aturdido, pero en lugar de vergüenza sentía una profunda sensación de gratitud. Fue el momento también de descubrir un concepto nuevo para mí, del que nunca había oído hablar, y que me daría mucho en qué pensar en el futuro, el aftercare. Imaginé por un momento mientras me lo explicaba como sería necesitar ese consuelo, ese cuidado, viniendo de la misma persona que te ha causado el dolor o el estado de ansiedad suficientes para necesitarlo. Y pasó por mi cabeza, casi de manera involuntaria, y sin atreverme a tomarme a mi mismo muy en serio por mera precaución, la idea de que algún día querría vivir esa experiencia.

De nuevo volví a contenerme un poco, porque lo que realmente me habría apetecido hacer era volver a arrodillarme y ponerme a sus pies, pero no me atreví. Sabía que era una asignatura pendiente, y me prometí en ese momento que algún día lo haría. Quería seguir allí, no tenía ganas de irme ni de ir a ningún sitio. Por fin podía vivir todos esos sentimientos y mostrarme tal cual soy. De nuevo un abrazo, de nuevo la misma exquisita educación y amabilidad. Por fin podía ser más libre que nunca, y salí de allí sonriendo, flotando, convencido de que aquella primera sesión solo había sido la primera de muchas. 





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domingo, 10 de mayo de 2020

Relato de X, primera sesión (1/2)





Este es un relato escrito por X, sobre su primera sesión conmigo. Lo he dividido en dos partes, ahí os envío la primera. Ha escrito un relato por cada sesión que hemos tenido, asique las iré compartiendo con vosotros. Espero que os gusten. 

Día 1: primera sesión.

Dos horas antes de mi primera sesión, deambulaba ya por Madrid intentando ocupar mi cabeza con algo para que el tiempo pasara más rápido. No había ninguna posibilidad de echarme atrás, lo tenía completamente descartado, y una sensación de vértigo constante me provocaba descargas intensas de adrenalina. Nunca llegué a sentir auténtico miedo durante los días y momentos previos al gran momento, porque en realidad ya había aceptado que aquello que tanto había temido y deseado a partes iguales iba a ocurrir. En cierto sentido ya me había rendido, había dejado de pelear con fantasmas y ya estaba a sus pies. Solo había lugar para la expectación, la excitación, la incertidumbre, pero no tenía miedo; nunca se lo he tenido. No a Él. Creo que tuve más miedo de mi mismo, de no estar a la altura de lo esperado, miedo de haber generado una expectativa después de tanto tiempo y defraudar.

Subí la calle hacia su casa con paso lento, caminando casi en círculos, mirando el móvil cada dos segundos… y finalmente llegó el momento. “Ya puedes venir”, escribió. Creo que es difícil ahora describir lo que sentí. Debe ser parecido a estar en la puerta del avión, a punto de saltar en paracaídas. “Allá vamos”, pensé. Tomé aire, respiré con fuerza, y llamé al timbre como movido por un impulso eléctrico, sin pensar, sin darme tiempo a volver a considerarlo por última vez. Con el corazón a mil y casi temblando me acerqué a su puerta, se abrió, y le vi.

Le perteneces desde el primer segundo. Jaime tiene un encanto muy difícil de explicar, casi imposible de describir, porque no tiene nada que ver con lo que hace ni con lo que dice, simplemente lo tiene. No se disfraza de Amo para diseñar una sesión; es un Amo. Es EL Amo. Se sabe con la habilidad y carisma suficientes para crear un mundo diferente del que es dueño absoluto, y la única opción que tienes es dejarte llevar y rendirte a todo ese encanto natural sin perder un solo detalle de todo lo que sucede. Llevaba tanto tiempo queriendo verle, que no podía dejar de mirar de arriba abajo. Vestido con camisa de cuero negro, pantalones negros ajustados, MUY ajustados, y botas. No me había equivocado, claro que no. Era un puto sueño hecho a medida, rodeado además de todo tipo de artilugios de cuero, esposas, látigos, y cadenas. De repente pensé que todo había merecido la pena, y que el universo, o quien sea, me estaba por fin premiando por todos los años de miedos y decepciones. Sentí que estaba donde debía estar, que por fin había llegado al destino, y que a partir de ahí, todo iría bien. Bromeé con el hecho de que seguramente no esperaba que al final fuera a presentarme. Creo que no me equivoqué, seguro que tenía sus dudas, y no le culpo. Seguro que notó también mis nervios, como me temblaba la voz, y lo perdido y asustado que me sentía por no saber como actuar.

Así sentí su primer abrazo, como si quisiera decirme “tranquilo, ya estás en casa”. Habría podido llorar de felicidad en ese preciso instante, arropado, protegido, comprendido, bienvenido. Jaime te abraza, te acaricia, te mima. Estás completamente en sus manos, y aún así no hay un solo momento en que te sientas amenazado. No pasó mucho tiempo hasta verme desnudo delante de Él, completamente rendido ya a lo que quisiera hacer conmigo. “¿Le has dicho que no haga algo?”, pensé. Repasé mentalmente todos los límites de los que alguna vez hubiésemos podido hablar. “No quiero límites”, me decía a mi mismo una y otra vez. Después de todo, se lo debía. 

Durante los primeros minutos viví una sensación de expectación, analizando cada palabra, cada gesto. Seguía sorprendido por su exquisita amabilidad, convencido de que en algún momento me haría pagar por lo que le había hecho esperar. Porque a pesar de sentirme seguro, no dejaba de pensar que en algún momento me castigaría por todos los meses de amagos, promesas, idas y venidas. Lo había aceptado porque me parecía justo que así fuera, y en mi cabeza trataba de aliviarme a mí mismo diciéndome “son dos horas, no va a matarte; sobrevivirás”. Tenía y tengo tal sentimiento de culpa, de deuda reconocida, que habría dado por buena cualquier cosa que ocurriera entre aquellas cuatro paredes.

Sin embargo pasaba el tiempo y Jaime seguía construyendo ese lugar seguro del que no te quieres ir. Incluso después de sujetarme las muñecas en cruz, con un par de muñequeras enganchadas a una cadena, con el cuerpo completamente expuesto, a su merced, seguía transmitiendo la misma sensación de tranquilidad, de seguridad. Él no tiene prisa. Va improvisando, explorando, explorándote como un terreno nuevo que pisa por primera vez y que sabe suyo. “Agárrate siempre a la cadena, no la sueltes. Si en algún momento la sueltas te daré una hostia”. Ahí terminé de entenderlo todo. Así iban a ser las cosas. Él manda, tiene el control, pone las reglas y hace que se cumplan, con la dureza que sea necesaria. Pero no actúa, no enchufa y desenchufa el “modo Amo”. Sigue siendo el mismo tío guapo, encantador, amable y educado todo el tiempo, y no pierde por ello una centésima parte de autoridad, de poder. No necesita disfraces, no tiene que impostar o forzar nada. Sigue abrazándome, balanceando mi cuerpo con el suyo adelante y atrás, generando un movimiento único, acompasado, de confianza plena. Estamos juntos en esto, y todo está bien, todo funciona porque está en su sitio y en su justa medida. 

Llega el momento de explicar palabra de seguridad y código de colores para medir la intensidad de lo que está ocurriendo, y me encuentro en una situación curiosa. No la necesito. O eso pienso. Es lógico que exista, y agradezco su preocupación porque esté cómodo, “si algo te agobia, dímelo”, insiste. Lo único que me agobia es que pase el tiempo, y tener que irme. Aprieta mis pezones con fuerza, y creo que me pone a prueba. “Aguanta, coño”, me digo. No quiero decir “rojo”. No quiero que pare, quiero aguantar y que vea en mi un esclavo con futuro, un sumiso con posibilidades. Quiero que esté a gusto, que disfrute, que me disfrute. Quiero serle útil. “Aguanta, joder”, mientras aprieto los dientes y cierro los ojos. No recuerdo si llegué a decir en voz alta algún color o no. En todo caso, mi cerebro gritaba a voz en grito “¡verde!”. Endorfinas al poder, supongo. Y cada vez más ideas recorriendo mi mente a toda velocidad. Entre ellas, la necesidad de que me diese una hostia a mano abierta en la cara. ¿Por qué? Ni idea. 

Sentir su cuerpo cerca, su cara, su cabeza, su olor… Me enganché inmediatamente a su olor. Tiene personalidad, no podía ser de otra manera. Tenía tantas ganas de besarle, de lamer cada centímetro de su boca, de su cuerpo en general, y ni siquiera sabía a esas alturas si podría hacerlo. Y sí, vaya si pude. Empezó a comerme la boca, y aquello fue calentándome cada vez más hasta empezar a desear cada vez más cosas. Seguía deseando que me pegara, me escupiera, que terminase de una vez de someterme de todas las formas posibles y me agarrase con fuerza para dejarme bien claro que ya nunca más habría vuelta atrás. Estaba tan excitado, tan feliz, que en un par de ocasiones conseguí por fin decírselo en voz alta; “Ahora mismo no le diría que no a nada”. Seguía besándole, lamiendo sus labios, dejando los míos muertos para que Él los mordiera, lamiendo su cuello, oliéndole, disfrutando también el olor de su ropa. Le olía y lamía como un perro, como su perro. Quería mostrarle mi nivel máximo de sumisión y entrega, dando también las gracias por cada milímetro de piel que me dejaba recorrer con mi lengua.



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