Os dejo aquí un relato de prisionero X. Ya habeis leido otros articulos de el, os dejo unos enlaces abajo, por si los quereis releer. Me encanta como escribe, pero tambien la cercania que transmite. Naturaliza el BDSMk, algo de lo cual es mérito mio, y me encanta que sea asi. Estoy seguro que disfrutaréis del relato, casi tanto como lo he echo yo. Ambos lo hemos revivido, el cuando lo escribia y yo cuando le di la revisión y lo estaba subiendo. Y a ambos, nos latia algo mas que el corazón. Es el relato ideal, para celebrar con posteridad y con vosotros el 24/7 el día del BDSMk. Y es que esto es el BDSM, un vínculo, una relación, y todo lo demás es consensuable.
El amor en todas sus formas
Miré de nuevo el reloj, incrédulo, nervioso. Habían pasado ya 15 minutos y la cosa parecía ir en serio. “Como mínimo vas a pasar una hora ahí dentro”. Sus palabras resonaban en mi cabeza mientras empezaba el proceso de asumir que no era un juego. No le había creído, realmente pensaba que estaba jugando conmigo y que en no más de 10 minutos volvería para sacarme de allí. Pero no. Oía el ir y venir de vecinos en el edificio, pero ni rastro de Él. Con el bozal bien ajustado en mi cabeza, y una camisa de fuerza de cuero negro (una de las mayores fantasías de toda mi vida), encerrado en una jaula metálica con la única compañía de aquel reloj que se movía lento, severo. ¿Realmente no va a venir? ¿Y si quiero salir de aquí? Empecé a mover los brazos para comprobar, una y otra vez, que no había escapatoria. Miraba la puerta de la jaula, el candado, sentía el bozal cada vez con más fuerza, bien sujeto al cuello y totalmente imposible de desabrochar. Sin poder usar las manos, con la certeza indiscutible de que no saldría de allí hasta que el Amo volviese a liberarme.
Creo que hasta ese momento no había experimentado de verdad la crudeza del bondage. Se me hacía eterno el tiempo que tenía por delante y durante unos segundos sufrí una ráfaga de emociones cercanas a la frustración, porque no sólo no había escapatoria posible, sino que tampoco tenía a quien suplicarle. Completamente indefenso, a su merced, y sin ninguna opción, aquel efímero golpe de efecto marcado por la ansiedad y el agobio dio paso a una inmensa felicidad, a un estado de paz indescriptible como pocas veces había sentido. De pronto asumí mi situación y simplemente la acepté, me rendí. Y una vez que te rindes dejas de pelear contra lo imposible y estás listo para saborearlo, para dejarte llevar y esperar que sea el Amo el que dirija tus pasos durante los 10, 20, 50 o mil minutos que vengan por delante. Ya no es decisión tuya, ya no está en tus manos – que ni siquiera puedes mover libremente o ver, por lo que es inútil que gastes energías. No pienses, no hace falta. No te esfuerces, no vas a conseguir nada.
Acomodé la espalda en el fondo de la jaula y estiré las piernas con cuidado, apoyando ligeramente la cabeza en los barrotes con la precaución suficiente para que la correa no me dejara marca en el cuello. Suspiré varias veces, respiré hondo y llegué incluso a cerrar los ojos. Podría dormirme aquí. Podría vivir así, despreocupado, vencido, triunfal. Saboreando segundo a segundo la paz del que logra haber vivido un sueño, del que arriesga, del que vence sus miedos y se atreve a vivir, a probar, a experimentar, a sufrir, a equivocarse. A crecer. El sumiso asustado y temeroso que vivía en mi cabeza salía ahora a gritos, corriendo entre los barrotes de la jaula feliz, entusiasmado, excitado, liberado de prejuicios, humillado, sometido, esclavizado y rendido a lo evidente.
Lo que vino después es una profunda reflexión que no hizo más que intensificar ese estado en el que flotaba, a pocos minutos ya de ser liberado de esa dulce tortura que, una vez más, había abierto varias puertas en mi mente. Me sentí profundamente agradecido. Me inundó un sentimiento de gratitud tan fuerte, que notaba los latidos del corazón con fuerza. Quería salir de allí, si, pero solo para tener la oportunidad de postrarme de nuevo a sus pies y darle al Amo infinitas gracias por regalarme momentos como ese, por darme tantas oportunidades de crecer, de conocerme, de experimentar y sentir. Por hacer realidad fantasías, sueños, deseos y necesidades. Y llegado el momento, lo hice.
Salí de la jaula renovado, más fuerte, más feliz, con aquel deseo de complacer, de devolverle una mínima parte de la felicidad que me había brindado. Llevaba casi dos horas encerrado en una camisa de fuerza, y habría pasado mil más. Indefenso, expuesto, y a la vez más seguro y protegido que nunca. En sus manos, las mejores.
Pasé varios minutos en el suelo, atado, mirándole, pensando, eligiendo las palabras, evaluando si era o no correcto lo que pretendía decirle. Y de repete me pareció que lo justo era no poner filtros. Él tampoco los pone cuando te lleva al mismo paraíso. No se merece menos que sinceridad absoluta. Y sí, le miré fijamente, como a Él le gusta, de frente y con los ojos clavados en su mirada, intensa y posesiva. Porque en ese momento no hay nada más que importe alrededor. No existe nada fuera de esas cuatro paredes, soy suyo, le pertenezco en cuerpo y alma, y me entrego a ese estado con una felicidad imposible de describir.
Y así, en un arranque de valentía, aún con cierta vergüenza en los labios, le confesé eso que daba vueltas en mi cabeza apoyada en los barrotes. “¿Resultaría inapropiado decirle que le quiero? Pues le quiero”. Otra puerta abierta. Otro tabú arrasado. Por supuesto que le quiero, ¿Cómo no voy a quererle? Alguien que te ofrece protección, un placer inmenso, que te cuida, te escucha, te comprende, consuela y mima. Alguien que conoce cosas de ti que nadie sabe, de las que ni siquiera tú eres consciente. Que saca lo mejor de ti, te guía, te aconseja y te empuja a saltar cuando sabe que su red estará lista para evitar daños. Sí, le quiero, estoy profundamente enamorado de mi Amo, de lo que representa, lo que me aporta y me enseña. Y quiero que lo sepa, que se sienta amado, respetado y agradecido. Que sienta mi afecto, mi entrega, que sepa lo importante que es para mí, lo bonito que es crecer a sus pies y arrodillarme ante Él para mostrarle mi voluntad de liberarme en sus manos.
El amor tiene muchas formas, tamaños y colores. Y lo más bonito de las relaciones humanas es que son únicas, especiales, libres e irrepetibles. No hay dos sumisos iguales, no hay dos Amos iguales. Cuando encuentras a la persona capaz de dar con las teclas que te hacen libre en la sumisión, lo mínimo que puedes hacer es amarle, quererle, desearle, y siempre que tengas ocasión, servirle. Cuento los minutos para volver a hacerlo, para emprender un nuevo viaje con Él de la mano, sentirle dentro en todas sus formas, saborear todo de Él. Es lo menos que puedo hacer para intentar devolverle una milésima parte de la felicidad que recorrió cada centímetro de cuero que mantenía encerrado mi cuerpo, pero más libre que nunca mi alma de esclavo.
Una vez más, Amo, GRACIAS.
(Gracias a ti prisionero X por ponerte en mis manos, por abandonarte, y por escribir tan bien. Es una gozada tenerte de prisonero, en mi jaula y en mi vida)
Otros articulos de prisionero X
Relato de X, Dolor y gloria, la relación del dolor y el placer
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Magnífico relato, espero algun dia poder llegar a tener una experiencia así.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Seguro que si, depende de como se trabajen las cosas, es ponerle empeño, ilusión y conocimiento.
EliminarMi más entusiasta enhorabuena a prisionero X por explicar tan bien sus reflexiones y lo que sintió. No es nada fácil, y lo hace con claridad y sencillez.
ResponderEliminarBueno, y a Ud. por la parte que le toca, jeje ;-)
A mi desde luego me encanta como se explica. Tengo la suerte de que le gusta escribir y lo hace bien. Como otras cosas ;-)
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