Oí de nuevo la puerta de la calle, el sonido de las llaves, y volvió a entrar en la habitación. “¿Y si viene con alguien más? ¿De eso iba la historia? ¿Será Él? ¿Su chico? ¡¿Los dos?!”. La incapacidad de ver le da a todo un matiz de riesgo, de incertidumbre. El factor sorpresa siempre está presente. Sé que es un Amo cuidadoso y perfeccionista, pero también que buscará el momento para retarme, para empujar mis límites, para seguir machacando mis esquemas como ha hecho desde que le conozco. No doy nada por supuesto, salvo que es un camino sin retorno, y que la única dirección es hacia adelante.
Ya fuera del saco, libre de ataduras pero más atado que nunca, vi que había traído comida, bebida… Habíamos hablado de ello por la hora en la que íbamos a vernos, y se había interesado por saber si comería antes o después de la sesión, si iría a trabajar después… Y allí estaba, con una ensalada, dos hamburguesas, algo de zumo y cerveza, y en el suelo un bol de perro, limpio, listo para usarse. Lo vi venir, en realidad, con cierto nerviosismo. Estoy absolutamente dispuesto desde el minuto cero a que me humille como le apetezca, pero una vez más debo vencer la vergüenza, y ser capaz de disfrutarlo sin sentirme en la obligación de pedir perdón por ello. Sí, se sentó delante de mi, me puse de rodillas ante Él y me dio de comer, primero con sus manos, luego a cuatro patas en el bol de perro. Sí, lo disfruté. Sí, fui feliz con sus pies encima mientras comíamos. Sí, me sentí absolutamente liberado al poder disfrutar de ese momento sin complejos; porque sí, me gusta que mi Amo me someta a ese tipo de humillaciones cuando quiera hacerlo, y mi respuesta siempre será la misma: ponerme a sus pies y darle las gracias.
En esa vorágine de aceptación y superación de vergüenzas conseguí hacer en esta sesión algo de lo que no me habría sentido capaz. De rodillas, delante de Él, me puse a lamer sus botas, y sentí un deseo brutal por poder lamer sus pies. Me armé de valor, y se lo pedí. “¿Puedo quitarle las botas?”, le pregunté. “Claro”. Su respuesta fue un regalo que recibí como un auténtico premio. Me había lanzado, había sido capaz de verbalizar lo que quería hacer, de pedirlo en voz alta, y el resultado era gratificante, placentero, tremendamente enriquecedor. Sí, también eso me gusta. Sí, me gusta lamer los pies del Amo.
Al llegar al final, y a punto ya de vestirme para irme a trabajar, me preguntó si tenía especial interés en correrme o no era imprescindible. Hasta en eso va por delante, hasta para eso es diferente. Porque correrme o no depende de muchas cosas, depende de Él, pero no es un fin, no es el objetivo de todo esto ni el destino de este viaje alucinante. Como mucho es un instrumento, un recurso más del que dispone y que puede manejar a su antojo. No era la primera vez que imaginaba saliendo de su casa sin correrme, con la polla encerrada en una jaula de castidad, con la prohibición expresa de tocarme. Correrme o no, también está o quiero que esté en sus manos. Y si Él lo hace o no, será también porque le apetezca, al principio, al final, o cuando lo vea conveniente. Una, o dos, o las veces que lo entienda necesario. Y por supuesto, también donde lo encuentre conveniente o divertido, dentro o fuera de mi cuerpo. Ojalá pronto pueda saborearlo, porque eso, como mil cosas más, es otro tabú que ha pulverizado, y que ahora se ha convertido en un deseo que espero se haga realidad pronto, como otros muchos.
Y los que quedan…
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Como me atrae el confinamiento
ResponderEliminares todo un placerazo
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